jueves, 7 de junio de 2012

La suerte en tus manos

Damián fue siempre un tipo delicado, pulcro, meticuloso, casi obsesivo con la limpieza. Por ese mismo motivo, siempre tuvo un problema: jamás pudo ir al baño en casa ajena. En realidad, nunca pudo evacuar su vientre en un inodoro que no fuera el propio: lo perturbaba pensar en una bacinica todavía tibia, producto de un trasero ajeno, y además le afectaba la idea de no poder pasar largos ratos leyendo la revista "Gente" tras la catarsis. Para decirlo redondamente, Damián no podía sentirse rey en trono ajeno.
Pero las vicisitudes de un viaje pondrían a prueba la premisa máxima de la vida de nuestro héroe. Veamos.
Con los ahorros de todo un año, Damián logró finalmente irse de vacaciones con su novia a Machu Picchu. Una vez arribado a tierras peruanas, supo sortear con astucia los típicos problemas de los que viajan a destinos remotos: se mantuvo alejado de las comidas picantes y de la sospechosa agua corriente, sorteó a los cazadores furtivos y a los tratantes de blancas. Ni siquiera se apunó.
Tal vez por eso de que el destino tiene un particular sentido del humor, su aversión al sanitario extraño le jugaría una mala pasada. Y fue Perú, tierra del otrora poderoso imperio inca, el que le demostraría quién es el verdadero rey.
Tras un paseo por la ciudad Puno en compañía de su novia y una amiga holandesa, cuando Damián propuso ir a una a tomar un rico té con tortas fritas a una típica cafetería del centro. La parada era prometedora.
Al ingresar, notaron que el cafetín estaba desierto. Damán estaba entre sorprendido y reconfortado por la privacidad de que dispondrían durante la velada.
Un instante antes de sentarse a la mesa, nuestro héroe percibió dentro de sí una pequeña molestia en su vientre. La ignoró, como si tal cosa. Sin embargo, el retortijón inicial pronto se convirtió en un rugido infernal, como si una jauría de lobos aullara dentro de sus intestinos. Damián trató de ignorarlos nuevamente.
El trío se aprontó a hacer el pedido. Damián y la holandesa, fieles a su estilo europeo, ordenaron un té negro. La novia todavía cavilaba entre un té de coca o un té de muña.
En medio de la indecisión, Damián comenzó a sentir que sus entrañas estaban a punto de colapsar. De repente, lo embargó la desesperación. Transpiraba, a pesar de los escasos 11 grados, sabía que su suerte estaba echada. La novia finalmente se decidió: un té negro para ella también. Damián, impaciente, intentaba alejar de su mente los alaridos que salían de su interior: "Esto es el queso y los papines de mierda de anoche", hipotetizó para sus adentros. Los aires andinos serían implacables con quienes tienen ínfulas europeizantes...
Ya a punto de perder sus modales recoletos, Damián se puso súbitamente de pie y exclamó a la audiencia, en un grito ahogado: "¡ya vuelvo!". Se dirigió raudo hacia el baño, con un andar decidido, como cuando un caballero se apronta a proferirle una paliza al truhán que ha osado ofender a su amada.
Antes de entrar, escudriñó la puerta y notó con preocupación que se trataba de un baño mixto.  Damián supo en ese mismo instante que debería ser extremadamente cuidadoso.
Ya adentro, vio a la pasada que el toilette estaba en condiciones más que aceptables: contaba con espejo, jabón, toallas descartables, tabla en el inodoro y papel higiénico troquelado. No había demasiado que analizar: se bajó atolondradamente los pantalones y se dispuso a responder el llamado de la naturaleza. Fue un momento sublime. El Nautilus del Capitán Nemo quedó diminuto frente a tal despliegue escatológico. Era una jornada histórica. Un submarino de más de 9 centímetros se desplegó ruidosamente en las aguas cloacales. Damián carraspeó, como intentando disimular tardíamente el estruendo. Los minutos parecieron horas, hasta que finalmente salieron despedidos, sin hacer mucha alharaca, dos o tres satélites más.
El fétido y penetrante aroma de la victoria se alzó ante nuestro héroe. La tarea había sido cumplida con creces. Damián celebraba, agitando el vaho con ambas manos, en un gesto triunfante: había conquistado su temor a desgraciarse en un inodoro ajeno y además lo había logrado con una victoria soberbia.
Luego de terminar con el aseo, nuestro titán se dispuso a abandonar el sanitario. Echaba de menos la caja de fósforos, ayudante fiel a la hora de neutralizar el hedor de un contundente socotroco. Pero la felicidad y la satisfacción pudieron más.
Sin embargo, lo que sigue es una prueba cabal de que nunca es conveniente cantar victoria antes de tiempo.
Al intentar evacuar los residuos tirando de la rústica cadena, Damián notó con preocupación que el escaso caudal de agua que salía sería insuficiente para deshacerse del portento. Tiró fuertemente de ella y, en efecto, la cascada apenas alcanzó para acariciar los detritos.
El tiempo corría y la novia comenzaba a preocuparse. El té se enfriaba, y del otro lado de la puerta sólo se escuchaba el silencio: "cinco minutos más y voy a ver que pasa" avisó.
Al otro lado, como un niño en la sala de espera del dentista, Damián esperaba que volviera a llenarse el depósito. Volvió a intentarlo y, de nuevo, el agua apenas consiguió darle una suave revolcada al material.
Una idea alocada surcó su mente: "¡si llega a entrar la holandesa y ve esto, va a saber que fui yo!". Damián estaba decidido a deshacerse del cuerpo del delito a cualquier precio.
Tras el segundo intento, sabía que iba a ser necesario tomar medidas drásticas. Sin esperar a que terminara la carga del tanque, volvió a intentar, tirando a fondo de la cadena. Nada. Ya en un estado de desesperación demencial, Damián sólo acertó a considerar el último recurso, sacó fuerzas de donde ya no había y realizó lo impensado: envolvió tosca y frenéticamente sus manos con el papel higiénico que quedaba en el rollo. Su pulso se aceleró, la pupilas se dilataron, un sudor frío recorrió su espalda. Miró fijamente a su oponente, midiéndolo, tomándose el tiempo para reflexionar por última vez si era sensato seguir adelante con tamaña empresa. El tiempo seguía pasando. No lo dudó más. Contuvo el aliento por un segundo y por fin, en un acto tan audaz como estúpido e innecesario, introdujo de lleno ambas manos en el retrete. Como quien despierta súbitamente de un sueño, Damián se preguntó en ese mismo momento: "¿Qué mierda estoy haciendo?" Nunca mejor utilizada aquella expresión.
Nuestro héroe batalló durante algunos segundos contra el escurridizo sorullo. Como adivinando su intención, el tronco de caca pugnaba por sobrevivir. Pero los héroes siempre logran sobreponerse a la adversidad y fue entonces cuando Damián, recordando tal vez alguna clase de tae-kwon-do que tomara cuando niño, le aplicó una llave Nelson y logró inmovilizar al portento. Imitando a Tu-Sam en sus proezas de hipnotismo, miró fijamente a su fecal enemigo: con su potente mirada logró fascinarlo, doblegándolo finalmente por completo. Consiguió entonces retenerlo lo suficiente como para poder alzarlo. Las aguas turbias llegaron a salpicarlo, pero eso no importó. Exultante, se sentía como un gladiador romano a punto de ultimar a su contrincante. El pulgar del César apuntó hacia abajo y Damián supo que debía terminar inmediatamente con todo el asunto. Manchado pero feliz, arrojó a su inerte y olorosa víctima al tacho de basura.
Satisfecho consigo mismo y ya fiel a su escrupuloso estilo, ocultó su orgullo y vergüenza a la vez con kilos de papel, lavó meticulosamente sus manos, aireó como pudo el área y salió del baño como si nada hubiera sucedido.
De vuelta en la mesa, la novia le preguntó si estaba bien: "sí, mi amor, todo está muy bien" le respondió con un besito en la frente.
Minutos más tarde, la holandesa se levantó para ir al baño, anunciando: "¡ya vengo!". Damián, con la mente en paz como un boyscout que acaba de ayudar a cruzar la calle a un ciego, sabía que había cumplido con la buena acción del día...